viernes, 22 de febrero de 2008

Sol-edad

Un día me aparecí. Y ese día aún perdura. No tengo edad, ya que no hay quien me percate de los años o de las horas. Nadie sabe lo que es no conocer la noche, o jamás haber visto una estrella y, sin embargo, saber cómo es una de ellas. Una sola. Yo mismo…
Me embarga una soledad magnífica. Millones de cielos recorren mis alrededores pero, cegado por mi propia luz, no los veo. Soy importante para ellos, pero no saben de donde vengo, ni saben a donde voy. Mi muerte es una incógnita. ¿Cómo he de envejecer si yo controlo el tiempo? ¿Cómo he de morir si no puedo envejecer? ¿Cómo es posible controlar el tiempo, y ser ingenuo a él? ¿Cómo es posible vivir, si no se si me voy a morir?
Mi soledad va más allá de mis ojos. Conozco acerca de los astros, y conozco que algunos de ellos están habitados. Sin embargo, ninguno de ellos ha abierto desde sus entrañas el fulgor de sus núcleos. Mi corazón esta abierto para acariciar con brazas a quienes lo desean, pero nadie me visita… ni nadie intenta llegar a mi.
Me temen, lo sé. ¿Quién quisiera habitar a alguien como a mí? Soy alguien que deja salir todo lo que siente. Me gusta dibujar en llamas lo que no puede expresar la palabra. Yo expreso todo, absolutamente todo. Me veo incapacitado de no abrirme al universo, y eso que no lo conozco.
A la gente no le gusta eso. Que me abra digo, eso no le gusta a la gente. Si, lo se… yo se... Yo se muchas cosas. Eso tampoco le gusta a la gente. Que sepa muchas cosas digo, eso, no le gusta a la gente. Tendré poca vista, pero puedo oír muchas cosas. Los humanos, por ejemplo. A ellos los escucho, y mucho, no se callan nunca, por eso no me escuchan… porque no se callan… Y hablan, pero no dicen.
Los humanos ni me ven a los ojos. Me lo ha dicho un cometa que pasó para burlarse de mi soledad, y recordarme que los humanos cierran sus ojos al verme. No les gusta mi arte… no, yo se que no. Siempre intentaron llegar más allá de su planeta, pero nunca al Sol. Soy sólo una estrella. Una más entre miles. Nada más. Igual que todas, quizás más pequeña, pero una estrella al fin.
Una vez, solo una vez, y no puedo decirles hace cuanto tiempo fue, pude ver más allá de mi incandescencia. Y me acuerdo muy bien lo que vi. Soñando lo vi. Soñé con las estrellas. Fue la única vez que soñé. Soñé con todo. Soñé con las estrellas, con los humanos, con otro Sol, soñé con otro centro, con otro cielo, otro universo, otros fuegos. Soñé con la compañía, soñé que los humanos callaban, que me escuchaban, que venían. Soñé que me dormía, que despertaba, que envejecía, que perduraba, que me moría, que nacía... Soñé con un corazón, con un latir, con unos ojos, soñé con una alegría, con un amor, con que el tiempo venía y me dejaba vivir. Soñé… soñé con la ausencia de mi soledad… soñé que no era yo… sueño en no ser yo…
Gracias a ese sueño, creo que entonces sí empecé a vivir. Ahora distinguía entre un antes y un después, y quería un más allá. Tenía algo que lograr. Quería viajar. Pero no sé si me puedo mover. No sé si me muevo con este todo que me rodea, o si estoy quieto aquí con el todo. Y si me muevo quiero poder colisionar. Encontrar a alguien que esté solo, y romper esa soledad, con un choque que dure para siempre, como mi crecimiento… para siempre.
Hace poco, y creo que fue hace poco, porque sé que fue después del sueño, sucedió una maravilla tan trágica que había dejado de ser hermosa en tan poco tiempo como lo que duró mi sueño en comparación a toda mi existencia. Fue algo totalmente aturdidor. Escuchaba algunos rumores, pero se confundía con las palabras de otros seres. Los vocablos humanos en todos los idiomas hablaban de lo mismo, de ir al Sol, de trajes para el fuego. Venían a mí. Me querían conocer. Pero el sonido es un viajero muy lento, y pronto, muy pronto, llegarían los humanos. Debía sorprenderlos. Muy pronto llegarían. Debía darles una buena impresión. Si, ya los oía, con sus escandalosos motores. La alegría se exhibía en fuegos anaranjados, los más deslumbrantes que vi en mi existencia, totalmente segadores, venían a verme, mi corteza sería pisada. Mis rayos seguían aumentando, por primera vez transpiré. Me sentía enorme, hinchado de felicidad y nerviosismo a la vez… grité de alegría a través de mi fuego que decía mil veces lo que palabras no podían. De pronto, mi alegría fue cortada por gritos de dolor, de desgracia, de esfuerzo en vano, de olvido, de nunca más, de hombres y motores en llamas.
Y, por segunda vez, desperté.

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